Un siempre grato reencuentro con amigos que viven lejos, me deja el día sin conexiones con ningún tipo de noticiario, como si el mundo se hubiera detenido en una habitación dulcificando su devenir con la vehemencia de los sentimientos impidiendo la entrada a nada que no provenga de la alegría.
La buena mesa, los vinos, la conversación que ha de poderse a punto tras una larga tregua sin contactos, los recuerdos de las últimas veces e incluso de todo lo compartido y el bienestar elevado a la máxima potencia en la compañía de quienes con frecuencia añoras, hacen que las horas fluyan dulcemente, sin prisas por abordar cuestiones escabrosas que aunque se sepan cotidianas, estropearían la ocasión con un regusto de amarga realidad.
Es tan difícil definir la amistad, que quizá se necesitaría un tomo de considerable envergadura para acercarse siquiera a lo que para el hombre representa el privilegio de estrechar lazos con sus semejantes.
Sin embargo, yo creo que este curioso acercamiento entre seres diversos que en un momento determinado experimentan un cruce de caminos, sin conexiones familiares de por medio, sin afinidad previa a su coincidencia, sin otra oferta más que la de ofrecer lo que tienen sin ánimo alguno de aprovechamiento ni utilización dolosa, constituye la relación más hermosa que se da en nuestra especie y merece ser considerada como el único sentimiento altruista que somos capaces de concebir.
Por eso, los amigos deben ser cuidados como joyas preciosas que adornan el álbum de nuestras vidas con inolvidables momentos de felicidad y han de tener, por parte nuestra, una correspondencia inviolable que les demuestre la gratitud de nuestros corazones hacia quienes nos consideran dignos de sus confidencias, de sus secretos y sus abrazos dónde quiera que estemos en el transcurso del tiempo que nos toca vivir.
Yo quería hoy sustituir la acritud de las noticias, el efímero paso de los titulares ante nuestros ojos lectores, por algo duradero e imprescindible que nos recuerda ese lado bueno con el que todos debemos contar.
Y hablaros de lo impagable del sonido de nuestras risas al unísono demostrando, sin ningún género de dudas, que lo más valioso que tenemos son estas pequeñas cosas que engrandecen nuestro paso por la tierra y nuestra voluntad por mejorar la especie.
La buena mesa, los vinos, la conversación que ha de poderse a punto tras una larga tregua sin contactos, los recuerdos de las últimas veces e incluso de todo lo compartido y el bienestar elevado a la máxima potencia en la compañía de quienes con frecuencia añoras, hacen que las horas fluyan dulcemente, sin prisas por abordar cuestiones escabrosas que aunque se sepan cotidianas, estropearían la ocasión con un regusto de amarga realidad.
Es tan difícil definir la amistad, que quizá se necesitaría un tomo de considerable envergadura para acercarse siquiera a lo que para el hombre representa el privilegio de estrechar lazos con sus semejantes.
Sin embargo, yo creo que este curioso acercamiento entre seres diversos que en un momento determinado experimentan un cruce de caminos, sin conexiones familiares de por medio, sin afinidad previa a su coincidencia, sin otra oferta más que la de ofrecer lo que tienen sin ánimo alguno de aprovechamiento ni utilización dolosa, constituye la relación más hermosa que se da en nuestra especie y merece ser considerada como el único sentimiento altruista que somos capaces de concebir.
Por eso, los amigos deben ser cuidados como joyas preciosas que adornan el álbum de nuestras vidas con inolvidables momentos de felicidad y han de tener, por parte nuestra, una correspondencia inviolable que les demuestre la gratitud de nuestros corazones hacia quienes nos consideran dignos de sus confidencias, de sus secretos y sus abrazos dónde quiera que estemos en el transcurso del tiempo que nos toca vivir.
Yo quería hoy sustituir la acritud de las noticias, el efímero paso de los titulares ante nuestros ojos lectores, por algo duradero e imprescindible que nos recuerda ese lado bueno con el que todos debemos contar.
Y hablaros de lo impagable del sonido de nuestras risas al unísono demostrando, sin ningún género de dudas, que lo más valioso que tenemos son estas pequeñas cosas que engrandecen nuestro paso por la tierra y nuestra voluntad por mejorar la especie.
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